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Historia de la Ciencia en Europa_Tarea 2-Análisis de un fracaso (clase 3)

 

Historia de la Ciencia en Europa_Tarea 2-Análisis de un fracaso (clase 3)

A día de hoy, aunque vivamos en una sociedad supuestamente laica, nuestro calendario, nuestras festividades y parte de nuestras costumbres siguen perteneciendo al calendario gregoriano que tiene una estrecha relación con el catolicismo. Esto, en el siglo XXI al menos, tiene un fuerte arraigo y una modificación del mismo supondría un gran esfuerzo tanto para las administraciones como para los individuos.

La ruptura que planteaba la revolución francesa con el calendario gregoriano se entiende como parte de la propia ruptura de poder con la iglesia. Aunque las estaciones y la duración de los días estén determinados por fenómenos naturales, la clasificación y temporalización de los mismos es una cualidad humana y otorga cierto poder a quien es capaz de controlar el mismo. Por ello, el cristianismo tenía interés en que su calendario siguiese en pie, ya que eso le permitía tener cierto control sobre la sociedad. Saber qué día de la semana tienes que acudir a misa o en que época del año tienes que bendecir a la patrona de tu pueblo te vincula con un sentimiento y la iglesia es conocedor de ello.

En este sentido, el cambio de calendario hubiese supuesto un gran cambio social para el que las personas, probablemente, no estarían preparadas. Las razones del individuo, a mi parecer, es otro de los motivos por lo que este calendario no tuvo éxito. Somos animales de costumbres por lo que un cambio de calendario hubiese supuesto una reorganización de todas nuestras tareas semanales y anuales. Este hecho es más relevante en el siglo XVIII que en el siglo I, ya que a medida que avanzaban las sociedades esta organización fue teniendo más arraigo. Por ello, entiendo que esa élite que pensó en modificar el calendario no tuvo en cuenta las opiniones y prioridades del pueblo llano y, además, dudo que este estuviera dispuesto a soportar semejante cambio.

Rompiendo las fronteras de Francia, en una época en la que las relaciones internacionales cada vez tenían más relevancia, cambiar de calendario supondría llegar a un acuerdo con el resto de países. Acuerdos mercantiles o encuentros entre gobernantes se darían entre dos calendarios diferentes, por lo que, en un principio al menos, supondría una gran disputa entre reinos. Además, no sería raro pensar que los franceses tratasen de convencer al resto para que se adecuasen a su calendario y esto llevaría a disputas.

La última de las razones por las que el calendario no tuvo éxito fue, en mi opinión, la adecuación del mismo a los fenómenos naturales. Aunque el calendario gregoriano tampoco sea preciso, ya que existen meses de 28, 29, 30 y 31 días, la pasión de los franceses por el número 10 no era aplicable a la naturaleza de La Tierra. Un año bien podría repartirse en 13 meses de 28 días, lo que nos permitiría seguir con la estructura semanal actual y adecuar los meses al ciclo terrestre pero presentaría problemas matemáticos al ser el 13 un número primo, sin mencionar a triscaidecafobia.

Por varias razones el calendario basado en el número 10 no tuvo la excelencia necesaria para asegurarse su existencia y, por una vez, el número 10 no fue sinónimo de éxito, sino más bien de fracaso. Los intereses eclesiásticos por mantener el calendario gregoriano, las relaciones entre países y la discrepancia de la sociedad fueron suficientes para frenar este cambio. La revolución francesa, por tanto, no fue una revolución completa.   

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